La vida del futbolista profesional es bastante fácil. No me refiero a correr ni tampoco a las largas pretemporadas, a los entrenamientos o a no disponer nunca de días libres, fiestas y puentes. Es fácil, a pesar de que los viernes por la tarde, cuando la mayoría arman su plan para el fin de semana, él se encuentre en la concentración.
La vida del futbolista profesional es bastante fácil más allá de que nunca disponga de sus propios tiempos, de que varíen según la situación y nunca esté seguro del horario de los viajes, las concentraciones, los partidos, las charlas tácticas, las charlas psicológicas, las comidas, la hora en que debe dormirse y la hora a la que debe despertarse.

El privilegio del futbolista profesional no radica solo en que pueda ganarse la vida con aquello que le gusta. Es un privilegiado porque solo debe ocuparse de su propio rendimiento. Todo lo que está montado a su alrededor depende de otros.
La vida del futbolista es fácil más allá de lo que debió superar para estar donde está y de la brutal competencia a la que se enfrenta para mantener su puesto de trabajo, a pesar de la sensación de imprevisión que genera que su oficio dependa de la integridad física y de que su carrera pueda terminarse de un minuto a otro en cualquier partido o en cualquier entrenamiento.

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